lunes, 24 de enero de 2011

La ruta de la seda

O al menos así la conocí yo en sus tiempos… o en los míos. Las más fastuosas y ricas telas, los artículos más extravagantes y las viandas más exóticas abundaban en los mercados de Damasco y Bagdad, provenientes de la lejana Catay. Me sumerjo bajo el agua caliente del relajante baño con el que me brindo (aunque tal vez no sea merecedor de ello, sino de arder en el fuego del infierno por mis numerosos pecados), y maldigo por enésima vez por qué no me enrolé en alguna de aquellas caravanas y contemplar la maravillosa Samarkanda e, incluso viajar más lejos, hacia el oriente desconocido. Podría pasar minutos enteros bajo el agua, entre recuerdos y anhelos.

Arquímedes chapotea y me saca de mi ensimismamiento. Emerjo de la bañera cual druida de un lago sagrado en la indómita Hibernia y le observo, erguido sobre sus patitas traseras en el borde, con sus ojos curiosos plantados en los míos. Un brillo fiero en sus pupilas delata que tiene noticias, como mínimo intrigantes y sobrecogedoras, para mí.

Arquímedes… le conocí cuando realizó ante mis ojos una prueba empírica sobre el Principio de Arquímedes (en realidad, el glotón de Rufus lo arrojó sin piedad a una olla con agua hirviendo, pretendiendo convertirle en su cena. Gracias a Dios llegué a tiempo. Si Rufus hubiera pretendido guisarlo para el almuerzo yo no tendría ahora un colaborador tan excepcional). Ese hecho, junto a su morrito de perfil helénico, me decidió a bautizarle y adoptarle. Arquímedes es extremadamente inteligente para tratarse de un roedor y devora mis viejos libros uno tras otro (a veces, literalmente) hasta el punto en que parece haberse convertido en el amo y señor de todas mis posesiones escritas. Es el bibliotecario más competente que he conocido y creo que ama a los manuscritos más que yo mismo.

Arquímedes corretea hacia el ordenador personal, junto al Scriptorium. Me quiere enseñar algo. Toquetea con sus patitas a su análogo compadre artificial y me muestra sus dientes prominentes en ademán de “Eureka”. Rufus, desde una esquina de la celda le observa con cierto desdén mientras disimula, con una revista de dudosa catadura moral, que no presta atención; aunque una mirada golosa le traiciona.

Entorno los ojos y me acerco a la pantalla. El primer banco chino (y mundial) ha abierto una sucursal en una gran villa castellana. Los datos me abruman. ¡Menudo invento hizo mi Orden! Más de 200 millones de clientes (no sé siquiera si en mis tiempos había tanta gente en la faz de la Tierra). ¿A esto es a lo que se refieren cuando se habla de globalización? ¿Globalización de qué? ¿de los capitales? Ahora entiendo los oscuros negocios que se traen entre manos los diplomáticos, sobretodo cuando un emisario de Catay visitó la Corte castellana hace un par de semanas. Toda la operación se vendió en su momento como un hito histórico y provechoso para las arcas del Reino y sus vasallos. Sin embargo, la apertura de la entidad financiera asiática ha sido tratada como una simple anécdota en la prensa y los medios de comunicación. El lejano oriente abre sus puertas a las grandes factorías de este país (Repsol, Endesa, Telefónica, Santader…) y ahora nuestras atarazanas ya no controlan las mercancías llegada allende los mares. La nueva ruta de la seda. Hace siglos unas naves venecianas trajeron la peste negra y murió un tercio de la población europea. Una simple anécdota. La pobreza se extiende y la polarización de la riqueza es cada vez más salvajemente cruel. Una simple anécdota. Me planteo abrir un plan de pensiones (pese a mi edad, me queda todavía bastante tiempo de… vida), pero… ¿y si me olvido de pagar una cuota? ¿Se limitarán a expoliar mis arcas con intereses sangrientos, o se quedarán mi cubil como prenda por ser un bien inmobiliario? ¿O acaso se creerán que soy uno más de sus millones de esclavos y me torturarán y obligarán a trabajar 18 horas diarias por un salario ínfimo en condiciones infrahumanas para saldar la deuda? ¿O es otra simple anécdota el hecho de que Catay no respeta los Derechos Humanos?

Lo que no es una simple anécdota es que el dinero no entiende de dignidad humana. Dicen que Fidel, Chávez y Evo son dictadores. También dicen que Hu Jintao es un amigo. Y yo me estoy volviendo loco ante la voracidad del Poder.

Minutos después, Arquímedes eriza los bigotes. No le agrada ver cómo, postrado en un pequeño taburete junto al muro, saboreo un poco de medicina bermeja para relajarme. El pequeño peludo no entiende todavía que calmo así otra sed más profunda e impía que corre por mis venas; herencia de Caín.

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