sábado, 15 de octubre de 2011

Andanzas en tierra (quizás no tan) extraña 2

Nada más dejar el equipaje en la posada, nos dirigimos a lomos de mi jamelgo a la cercana villa de San Fernando de Henares por unos caminos tan mal señalizados que hubiera sido más fácil llegar a cualquier punto del planeta que a nuestro objetivo, tan cercano aunque tan inaccesible como el tesoro de un pecio.
-Se nota que nos hallamos en tierras de Espe –fue la explicación que quiso dar Eowyn-. En efecto, yo ya conocía que esa parte de la península estaba gobernada por una tirana corrupta, aliada de la Iglesia, que explotaba a sus súbditos y les despojaba de la Sanidad y la Educación para dárselas solo a quienes podían pagarla. Desconocía que también se dedicaba a jugar a los errores con los viajeros, pero esa era la teoría de mi compañera de viaje.
No bien logramos alcanzar el punto de reunión, tras los sufridos vericuetos comentados, empecé a darme cuenta de que el lugar no era exactamente lo que yo me esperaba. Amén de que no encontré ni un solo caballero de mi Orden (ni, de hecho, de cualquier otra, por lo cual empecé a maldecir al bastardo de Rufus); solamente veía gente vestida de rojo o tricolor que iban de un lugar a otro y que eran supuestamente afines a las ideas de Eowyn, pues su sonrisa y comentarios sarcásticos hacían evidente que me había metido en una fiesta que no era la mía, pero por alguna extraña razón que solamente el Altísimo alcanza a entender, me invitaba a participar de ella y de las sorpresas que me podía deparar.
Eowyn me introdujo en un laberinto de carpas improvisadas que hicieron real para mí un mundo del cual hasta entonces solo había oído hablar en las diferentes redes sociales de internetum, el cual, por otra parte, me había resultado tan interesante como para molestarme en investigarlo por mi cuenta o con la ayuda de mi querido Arquímedes. Mi malestar para con el jodido jorobado mentiroso se estaba tornando en un agradecimiento sincero. En aquel lugar, banderas rojas con martillos que cruzaban hoces en amarillo, camisetas con estrellas del mismo color y ositos comunistas armados de las temibles kalashnikov, camisetas con la cara del Che argentino, del comandante Fidel o del bolivariano Chávez e insignias revolucionarias de todo tipo, contrarias a los totalitarismos y a la explotación del ser humano, me rodearon y acariciaron las anillas de mi cota. Los mensajes subyacentes de igualdad, libertad y justicia que flotaban en el aire calaron a través del metal y las caras de aquellas personas asistentes al evento reflejaban algo que yo hacía tiempo había creído perder pero que bullía en mis entrañas de nuevo, rugiendo por salir y mostrarse en todo su esplendor: la esperanza.
-Algunos me acusan de ingenua –acordó Eowyn cuando le hablé de mis sentimientos- por seguir esta ideología y ser compañera de los que también lo hacen, pero con todos los errores que cometemos, como mujeres y hombres que somos, considero que esta doctrina nos habla de los valores que nos hacen más humanos, que es, esencialmente, buena. Además de que implica las teorías económicas más razonables, a mi modo de ver.
Recorrimos aquel lugar e hicimos acopio de símbolos de todo tipo, entre los cuales destaco la bandera tricolor, acerca de la cual me explicó Eowyn que había sido la enseña del país durante unos maravillosos años en que la Dama, la República, había gobernado tras destronar reyes caprichosos; aunque su legado de todos los valores auténticamente humanos que deberían regirnos fue decapitado por una cruenta guerra civil en la que los poderosos y la Iglesia habían lanzado una nueva Cruzada que sumiría al país en otra Edad Oscura durante cuatro largos decenios, seguido de otros casi cuatro largos decenios más de falsa democracia y mayor poder del capital que antes, incluso. En aquel preciso momento supe que Dios es republicano, y la Iglesia, una usurpadora de su nombre.
-Y que conste que no digo que la República fuera perfecta –continuó aleccionándome mi nueva amiga- pero era un paso muy importante en la dirección correcta. Y era nuestra. Y nadie tenía derecho a quitárnosla.
La noche llegó mucho más pronto de lo que esperábamos y decidimos recogernos en nuestros aposentos, que consistían en una enorme sala compartida por muchos de los asistentes a la fiesta, dicharacheros activistas venidos de diferentes lugares de la península. Aquella velada transcurrió sin más novedades y llegó el nuevo día, que estuvo henchido a rebosar de conferencias y presentaciones donde pude adquirir una visión mucho más completa e informada del mundo que me rodeaba y de sus numerosas injusticias: la situación de dominio de Palestina y el Sáhara, las guerras imperialistas en Afganistán e Irak, la tiranía de los mercados, el nombre moderno de los ricos y poderosos de todas las épocas, más intocables y más crueles con los desfavorecidos aún en estos tiempos que en aquellos de donde yo procedía. Y, sobre todo, la estupidez de una economía insostenible que pretende revitalizarse mediante el inmovilismo de concentrar el capital en manos de los que más tienen y evitar que circule y cree riqueza, a base también de esquilmar siempre a los que menos pueden defenderse y sumirlos en la peor de las miserias. En suma, el sistema más egoísta, cobarde, poco caballeresco y menos inteligente que darse pueda.
De nuevo llegó el crepúsculo, y tras escuchar un concierto musical plagado de acordes disonantes de reminiscencia celta (que parecieron encantar a Eowyn, aunque he de decir que las letras de aquellas canciones contaban muchas verdades), mi compañera de viaje me dijo.
-No os lo toméis a mal, pero lleváis todo el día pegado a mis faldas… bueno, es una manera de hablar porque no suelo vestir esa femenina prenda. No os preocupéis, comprendo que os sintáis algo fuera de lugar en un lugar tan diferente de lo que estáis acostumbrado; y he de deciros que me estáis haciendo un gran servicio, ya que vuestro imponente aspecto está alejando de mí a cualquier posible pretendiente.
-Lamentaría ser un obstáculo para vuestra vida social. Me retiraré discretamente en cuando me lo pidáis –yo intenté ser gentil.
-No, no, si me parece perfecto. Hay un momento y un lugar para cada cosa, y este no es para mí el dedicado a esos menesteres. Así que para recompensaros por vuestros servicios de transporte y escolta, os llevaré a un lugar muy especial. Tal vez allí tengáis alguna oportunidad de gozar de esos placeres a los que yo, al menos temporalmente, he renunciado. Si es que no habéis hecho ningún voto que os lo impida.
Nos dirigimos con las dificultades de orientación de aquellas carreteras que Eowyn definió como “surrealistamente señalizadas”, a la villa y corte de Madrid, donde en una de las calles de sus más nobles barrios nos encontramos una curiosa y atractiva taberna gracias a un amable viandante que nos señaló el camino correcto. El lugar, casi vacío, evocaba antiguas reuniones multitudinarias en sus mesas, con multitud de jóvenes y no tan jóvenes hablando y riendo entre rondas de todo tipo de bebidas alcohólicas. La decoración me sorprendió agradablemente por la cantidad de propuestas, actos políticos, y fotografías de las más ilustres mentes pensadoras del comunismo internacional y los más valerosos libertadores de la Revolución cubana, grapados en multitud de paneles informativos. El lugar, a pesar de todo lo anterior, me pareció mal iluminado y vacío, y noté en la mirada de decepción de Eowyn que ella estaba acostumbrada a verlo de otra manera.
-Esto no es ni sombra de lo que eran. Lo van a cerrar –nos explicó el atento autóctono-; Las autoridades quieren convertir el barrio de Malasaña en un escaparate de grandes marcas y transnacionales, ahogando el pequeño comercio un poco más de lo que ya estaba.
-Igual que en Barcelona. También han prostituido mi querida ciudad. Igual que en todas partes –se indignó Eowyn. Tras consumir algunos sabrosos mojitos mientras Eowyn me contaba sus pasadas aventuras en el local próximo a fenecer, decidimos volver a la posada: al día siguiente sería el último de la fiesta, queríamos madrugar para aprovechar el día y nos esperaba un duro viaje hasta nuestro lugar de origen.
-Estoy muy enfadada –afirmó Eowyn- y voy a hacer algo respecto. Aunque no sirva de nada –mi compañera de viaje sacó las banderas rojas y republicanas que había adquirido en la fiesta y las desplegó. Yo azucé a mi montura, pensando que aunque las fuerzas de seguridad de la villa y corte no fueran ni de lejos tan agresivas como las de Cataluña, tal vez la visión de la bandera comunista y de la que ellos hubieran llamado preconstitucional conseguiría hacer que se olvidaran de su educación, si es que la tenían; evidentemente, aquella chica tenía todos los números para recibir una buena tunda de azotes. Sin embargo, llegamos a la cercanías de la posada, sin más novedad. 

Excepto que, al descender de nuestra montura, vimos que nos estaban esperando (continuará).